El
Mundonláin es un océano lleno de
vida que se mueve y se desarrolla a través de la inmensa red de computadoras
interconectadas (interconnected networks).
En sus profundidades, hay grutas que pueden aprisionarnos y ríos interiores que
nos llevan a escenarios insólitos. Hay dentro de este océano, además, una fauna
de diversidad ingente que contiene tanto espíritus transparentes como
leviatanes opacos.
Dado
que el Mundonláin tiene aspecto de mucha realidad: nosotros, sus habitantes, le
hemos concedido vida. Somos como el hada de los cabellos color turquesa que
humaniza a Pinocho para premiar sus buenas acciones y redimirlo de su pasado
monocromático.
Al
otro mundo, el viejo mundo físico, lo llamaremos el Carnihueso.
En
el Carnihueso viven los vigesimocrépticos,
sobrevivientes del siglo XX convencidos de que la humanidad está en decadencia
por culpa del Mundonláin.
Pero
advirtamos que en el Carnihueso también viven los pantallescentes, criaturas de aspecto juvenil que se relacionan con
su entorno humano a través de internet.
Los
vigesimocrépticos enfrentan el Carnihueso de manera grave, mientras que los pantallescentes
lo hacen de manera vaporosa. Unos y otros son personas felices. Sin embargo,
los primeros piensan que los pantallescentes están tristes y que están
desperdiciando su vida. Por su parte, los segundos están igualmente convencidos
de que la amargura invade a los vigesimocrépticos y que la vida de éstos es un reverendo
despilfarro.
Los
vigesimocrépticos insisten en llamar virtual
al Mundonláin y real al Carnihueso.
Los pantallescentes insisten en llamar tosco, peligroso y decadente al
Carnihueso y orgánico, impetuoso y fogoso al Mundonláin. Se equivocan unos y
otros: ambos mundos son tan reales como
irreales, tan palpables como impalpables, tan ciertos como inciertos, tan
tornasolados como plomizos, y como ambas dimensiones son extensiones una de la
otra (no son ámbitos cerrados, aunque sí universos paralelos), podemos pasar fácilmente
del Mundonláin al Carnihueso, para cubrir nuestras necesidades animales (comer,
dormir, entrar en un animal o dejarnos penetrar por otro, lavarnos los dientes,
hacer del baño, beber cerveza,
etcétera). Eventualmente, en un futuro próximo, resolveremos ciertas necesidades
animales sin salir del Mundonláin.
Los
vigesimocrépticos se refugian en el Carnihueso y desde él refunfuñan y presumen
orgullosos el hecho de no estar conectados al Mundonláin. Sin embargo y con
frecuencia, voluntaria o involuntariamente, algunos vigesimocrépticos visitan
lo que ellos consideran la Sodoma de los tiempos actuales.
Reconocemos
a un vigesimocréptico en el Mundonláin
porque está enojado. Pero estar enojado es su manera de mantenerse feliz.
Si un vigesimocréptico del Carnihueso muestra un libro o una libreta de notas,
lo hace con la arrogancia de quien espeta “mira lo que te estás perdiendo”). El
pantallescente, por su parte, observa estos objetos con fascinación
arqueológica y una amplia sonrisa de gratitud.
Ese encanto por
lo obsoleto y lo obsolescente, es lo que hace que algunos ciudadanos del
Mundonláin tengan en el Carnihueso estantes con libros de papel y discos
compactos o de vinilo, porque unos y otros fortalecen su idea de un mundo
alternativo donde las cosas son más
bonitas (sí, claro, el bidé vence estéticamente a la regadera de teléfono,
aunque ésta pueda ser más práctica en ciertas circunstancias). El
pantallescente que ama lo caduco contempla a los vigesimocrépticos con cierto
encanto taxidérmico, pero los aborrece cuando descubre que están inscritos en
redes sociales y medio conectados a ellas.
-Estos viejos inútiles no se refugian en el
Carnihueso por rebeldía, sino por ineptitud, torpeza e incompetencia. ¡Bien que
quisieran ser trending topic, ser la sensación del momento!
¿Y qué comen los
pantallescentes, por qué están tan delgados? Escriferio, comen escriferio, es decir, refrigerio que se consume durante una
larga estancia frente a la pantalla del escritorio del Carnihueso: zanahorias,
manzanas, avellanas… Los vigesimocrépticos insisten en llamar lunch al escriferio, porque –dicen- es muy importante conservar la pureza del
español y no andarse con inventos milénicos.
Entre los
pantallescentes hay un grupo de gente muy bien educada: los redecentes.
El redecente es una persona que, al estar
interactuando en la red, se comporta con buenas maneras. Cuando se le insulta o se le critica su forma de
pensar, el redecente responde con una carita feliz (dos puntos y cierre de
paréntesis, nada de emoticones prefabricados) y canta alabanzas a la libertad
de expresión. Para ello, sigue la escuela del maestro Terry Gilliam y adjunta
una creación personal: un pastiche con vocación de meme, en donde el rostro de
Voltaire dice algo que nunca dijo Voltaire, pero que contiene su espíritu: Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero
defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo
Ya
dijimos que reconocemos a un vigesimocréptico en el Mundonláin porque está enojado, pero también porque
conforme se adentra en esa dimensión
virtual sus preocupaciones crecen hasta convertirlo en un cibercondriaco…
El cibercondriaco es la persona que, al
percibir en sí misma un problema de salud, dedica toda su energía a buscar en
la red la prueba de que padece una enfermedad incurable. En su búsqueda,
obtiene información valiosa sobre síntomas de enfermedades que desconocía y que
ahora detecta en su propio cuerpo.
Pero estar
preocupado es su manera de ser feliz, así que encuentra muy valiosa la
costumbre de los pantallescentes de tomarse egomentos con el celular***, porque
así rescatan el hábito que fundó José Luis Cuevas de tomarse una fotografía
todos los días, para observar su decadencia física.
*Esta
descripción de mundos nació después de leer The 20 Weirdest Word Added
to the Dictionary Because of Technology, de Lindsay Kolowich, texto del
Mundonláin que me compartió mi hermana Beatriz, pantallescente de corazón.
**La declaración es una recreación del pensamiento
del filósofo francés hecha por la inglesa Evelyn Beatrice Hall.
***Egomento. Palabra cada vez más utilizada para sustituir la
cursi selfie. Momento del yo, monumento a mí mismo, autorretrato que
demuestra en el Mundonláin nuestra existencia en el Carnihueso.
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